Durante el régimen de Porfirio Díaz, México logró un significativo crecimiento económico que se alcanzó a costa de una creciente dependencia hacia el exterior y de un inequitativo reparto de riqueza, marcado además por la injusticia social y la ausencia de espacios para la participación política; estos hechos representaron un verdadero caldo de cultivo para la reacción que transformó al país: la Revolución Mexicana, movimiento que dio paso a un nuevo régimen, consolidado con la promulgación de la Constitución de 1917.
Para México se presentó entonces la necesidad de diseñar un entramado institucional que daría sustento y validez a este nuevo régimen; lo que dio la posibilidad de consolidar el proyecto de Plutarco Elías Calles: crear un partido político con el fin de que la legítima disputa por el poder fuera por la vía institucional y no por la de las armas, como había venido sucediendo desde la consumación de la Independencia.
El 4 de marzo de 1929, en el Teatro de la República (antes Teatro Iturbide) en Querétaro, fue oficialmente constituido el Partido Nacional Revolucionario (PNR) que surgió como un partido aglutinador de corrientes, de fuerzas políticas distintas, provenientes todas del movimiento de 1910, para convertirse en la institución política más representativa del país.
A partir de entonces, los relevos de gobierno ocurrieron en condiciones de estabilidad social nunca antes lograda, pero inició un nuevo período de movilizaciones populares que reclamaron una mayor participación en los asuntos del Estado; concebido como un partido de masas y defensor de los derechos de los trabajadores, en 1938 el PNR, atendiendo este nuevo panorama, se reconfiguró, ahora como el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) la institución representativa de los sectores obrero, campesino y popular.
Con la estabilidad alcanzada y con un gobierno más cohesionado, se logró un progreso que permitió contar con servicios cada vez más extendidos; se pasó del latifundio, a la comunidad ejidal y a la pequeña propiedad agrícola, se construyó una amplia red de carreteras; se creó la organización sindical y se garantizó el reconocimiento de los derechos obreros, un estatus jurídico para los empleados y la institución de pensiones civiles de retiro, entre otros.
A principios de la década de los cuarenta, el PRM enfrentó un nuevo cambio, el generacional, y con ello la demanda de abrir paso al poder, a la sociedad civil, lo que provocó el cambio de éste a Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 1946. Para entonces, también fue aprobado su actual emblema y el que hasta el día de hoy es su lema: Democracia y Justicia Social.
Fiel a sus principios, el PRI se mantiene sensible a los cambios sociales, económicos y políticos del país, asumiendo además las características de un partido moderno y transformador.